jueves, 11 de febrero de 2010

La cuarta espada y la "Teta asustada"


Por: füguemann

Hace un par de días visité la Cineteca Nacional, como a menudo suele ocurrir se exhibían películas de cierta “calidad”, aunque en los últimos años, es común encontrarse con “churros” que se enarbolan bajo el choteadísimo término de cine de arte. Para mi sorpresa se presentaba una película cuyo nombre a primera instancia sonó bastante risible, “ La teta asustada”.

Es difícil imaginar que el miedo pueda transmitirse, a través de la lactancia. Pero para muchos peruanos, esto no es imposible. Contrario a todo pronóstico científico y racional, la creencia de que esta sensación pueda ser heredera a través de la leche materna, no es ajena a la tradición Perúana.

Esta idea de “La teta asustada” nació a raíz de una serie de testimonios que fueron recogidos en el pueblo de Ayacucho Perú, para después ser llevados a la pantalla grande por la directora Claudia Llosa. Donde la violencia generada durante el procesos de guerra interna que duró 1980 a 1992 dejó miles de muertos y víctimas, que hasta la fecha no pueden borrar de su memoria lo que es vivir con el temor de un pasado teñido de sangre.

La Película fue estrenada durante la edición de 2009 del Festival de cine de Berlín, fue la ganadora de el Oso de Oro por su retrato del miedo, pero también por la sinceridad a la hora de retratar un pueblo que adolece de muchas cosas. Entre ellas la pobreza, el racismo, la segregación y un lastre en el pensamiento llamado Sendero Luminoso.

El terror en el Estado Peruano

Para comprender la intrincada relación que guarda el terror y el poder en la vida de los peruanos, es preciso resaltar el papel político que ha tenido el primero. Generar, producir, sembrar el terror, ha sido un instrumento de la acción política, tanto de grupos armados como del Estado mismo, tal y como lo señala Augusto Castro Carpio, de la Pontificia Universidad Católica de Perú, en el libro El miedo en el Perú: siglos XVI al XX. Castro señala que en el pensamiento militar peruano, se habla de lucha y guerra psicológica, de utilizar el terror como manera de ablandar y golpear estratégicamente al enemigo. “Se combate con guerrillas en el campo y a la vez se aterroriza a la población civil”.

El miedo y el terror no son nuevos en la historia de este país sudamericano. Durante el siglo XVI y XVII, la población estaba atemorizada por la amenaza que representaban los piratas y corsarios de esa época. Durante más de ciento cincuenta años, la gente de Perú fue engendrando el miedo hacia extranjeros y a su “contaminación”, la cual encerraba la fobias de la clase dominante de ese entonces, la iglesia.

La excomunión por muchos años fue el estandarte y la figura representativa del miedo, que la iglesia llevó a capa y espada para su cumplimiento. Como fieles defensores de la voz divina, la iglesia católica utilizó este recurso como mecanismo de presión para resolver los conflictos y litigios, en este caso en favor de la autoridad religiosa.

Así, una serie de acontecimientos y decisiones han ido procreando ese temor al que los peruanos están expuestos día con día. Es cierto que durante un largo periodo de la historia, el peruano sufría de una cierta especulación por todo lo que venía de fuera. Pero eso pronto cambió, del miedo a lo extranjero, a la fobia de castas.

En un país donde la mayoría de gente tiene raíces indígenas, no fue sencillo lidiar con las nuevas mezclas entre las razas existentes. Estaban los conquistadores, los esclavos y los seres a evangelizar. Entre los negros y los indios peruanos, una nueva clase nacería, “la plebe” a la que se le achacaban todo tipo de defectos: “vagabundos, proclives al hurto, de conducta disipada y poco temor a la autoridad”.

Y serían estos, “la plebe”, los abandonados y humillados, quienes recibirían durante siglos toda la carga de xenofobia y desigualdad social que se entraña en la realidad peruana. Son quienes han tenido que lidiar con más de quinientos años de sometimiento y dominación a través miedo.

La cuarta espada

Para que exista una cuarta espada, es que tuvieron que antecederla tres. La primera del comunismo mundial y, que es la base de la ideología que albergaría el movimiento terrorista Sendero Luminoso, es el Marxismo-Leninismo. Abimael Guzmán el hombre condujo a toda una nación a hacía una guerra, que lo único que dejaría sería cerca de setenta mil muertos en trece años que duró el conflicto, es el responsable de haber fundado una corriente llamada “pensamiento Gonzalo”, que desenvaino la guerra contra la sociedad y el Estado peruano.

Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, se ocupo de alimentar con rigurosas teorías dogmáticas provenientes del Marx, Lenin y Mao, a un amplio grupo de peruanos que estuvieron dispuestos a dar la vida, porque tuvieron la creencia de que todo cambiaría. L ideología la que mayor peso tendría en las decisiones de también llamado “Presidente Gonzalo”, sería la del Maoísmo y su Revolución Cultural Proletaria en 1966.

Mao Tse Tung desencadenó la denominada Gran Revolución Cultural Proletaria de 1966 a 1976 en la antigua República Popular de China. Con el fin de impedir una restauración del capitalismo que según ellos, se había producido en la URSS y otros países de la órbita comunista. Así la llamada guerra popular fue retomada por un profesor de la Universidad de San Cristóbal de Huamanga, en el departamento de Ayacucho, y acoplada a un país que durante décadas había vivido a la sombra de las dictaduras y la injusticia social.

Perú no es China

La situación Geográfica de Perú, lo sitúa al lado de países donde la pobreza es el común denominador de la región, Ecuador, Colombia, Brasil y Bolivia, escoltan a esta antiquísima cultura andina. La “Teta asustada” muestra en más de una ocasión la misma estampa de pobreza y abandono social, en la cual viven cerca del 54 % de su población, según cifras el Instituto Nacional de Estadística Informática de Perú.

Bien pudiéramos cambiar el nombre del país por cualquier otro del continente, y la tónica sería la misma. Es sabido que en la historia del siglo XX de América Latina, los grupos subversivos de izquierda fueron constantes y combativos. Desde Centro América con el ejercito Sandinista, o el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, hasta Argentina con la dictadura y los perseguidos políticos de los años setentas, la dosis de violencia se ha llevado no sólo al campo de batalla entre ejercito y grupos armados, sino que ha llegado al lugar donde más se resienten los conflictos, la sociedad civil.

Lo que hizo la diferencia entre Sendero Luminoso y otros combatientes de la región, fue la forma de operar. El 17 de mayo de 1980 fue el inicio de las primeras acciones armadas del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso. Con la quema de urnas en la elección presidencial que ganaría por segunda ocasión Fernando Belaúnde, se daría inicio una guerra sin cuartel.

Algunas de las imágenes que más recuerdan los peruanos que vivieron aquella época, es la de “unos perros callejeros muertos colgados de los postes del centro de Lima “Algunos habían sido ahorcados ahí mismo, un par de ellos estaban abiertos en canal, otros tenían el pelaje pintado de negro” según lo relata el escritor Santiago Roncagliolo en su libro “La cuarta espada, la historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso”.

Y es que así operaban los Senderistas, detonando bombas contra cuarteles de policía, oficinas municipales, estaciones de gasolina, edificios de clase media, centros de investigación y escuelas públicas. Asesinaban a dirigentes de la izquierda y familias enteras, regularmente campesinas. De todas la muertes de ese periodo fatídico para los peruanos, más de la mitad de las muertes se le atribuyen a Guzmán y su gente.

Pero ejercito y fuerza pública no están exentos de maltratos, vejaciones, violaciones y muertes dentro de la ciudadanía. Bajo el pretexto de dar fin a miembros y partidarios del “pensamiento Gonzo”, policía y ejercito, cometieron cientos de crímenes contra los más desprotegidos. Quechuas, Aymaras, Amazónicos entre otras culturas indígenas, componen cerca del 45 % de la población en el Perú. Muchos de ellos apenas hablan español, y la mayoría vive en situación marginal. Por lo que el abuso de la autoridad fue bastante severo y sin miedo a la denuncia.

El miedo no anda en burro

Si a las miles de muertes que produjo conflicto peruano de los años ochentas, sumamos violaciones y torturas a las que un gran segmento de la población peruano estuvo expuesta, obtenemos un pueblo dominado bajo el yugo del miedo. Así no es difícil imaginar el leiv motive que impulso a Claudia Llosa a dirigir su película, que recientemente fue nominada a los premios Oscar. Aunque en la trama poco se dice o se menciona la época de Sendero Luminoso, bien se sabe que es el trasfondo de la cinta.

Situada en Manchay, uno de los barrios periféricos más paupérrimos de la capital peruana (Lima), donde tal y como lo explica Alma Guillermoprieto en su crónica titulada Lima 1990, “la cultura chicha, es decir los migrantes rurales expulsados por la guerra y situados en los tugurios, que han trastocado su vestimenta tradicional y la música de flauta de los Andes por Blue Jeans y canciones de desoladora monotonía sobre sexo a ritmo tropical”. Esto último aunque a manera de broma se vea en la pantalla en ciertas ocasiones, es una realidad latente en la cultura Peruana, donde los pobres e ignorantes siguen destinados a servir a los adinerados.

En este arrabal que lo mismo podría ser Santa Fe en México, o cualquier Favela de Río de Janeiro, por su similitud en lo raquítico de la postal, Fausta (Magali Soler) adolece de un mal que se ha transmitido a través de la leche materna, según creencias del pueblo, por las mujeres que fueron maltratadas sexualmente por militares, policías y senderistas durante ésta época. Fausta vive con precaución miedo, por ello canta para alejarlos.

El fin de los tiempos

El 12 de septiembre a las 8:30 de la noche, miembros de la Dirección General contra el Terrorismo, capturaron a quien por doce años amedrento y violento el Estado peruano. Carlos Abimael Guzmán, la cuarta espada y líder del Partido Comunista del Perú, fue arrestado en la capital limeña. Con este golpe, el futuro del grupo Sendero Luminoso estaba contado.

Con ello se ponía fin al menos por un tiempo, sí a una guerra por demás violenta, pero también una época donde las devaluaciones, la inflación y el desempleo, eran el pan nuestro de los peruanos.

Dos años atrás Alberto Fujimorí, un hijo de inmigrantes japoneses, que para ese entonces no tenía nada que ver con la política, fue electo presidente. Tras una segunda vuelta, pudo vencer con cierta ventaja, a quien entonces era el peruano más reconocido a nivel mundial, su nombre, Mario Vargas Llosa. Escritor y curiosamente tío, de quien dirige la “Teta asustada”,Claudia Llosa.

El chinito como se le conocía popularmente a Fujimori en Perú, optó por imponer las mismas medidas políticas y económicas que regirían al continente durante los siguientes veinte años, el neoliberalismo. Si durante la época de Abimael libre y convulsionador, el miedo era constante, la crisis y la inflación también.

Durante el gobierno del Alan García (1985-1990), miembro de la Alianza Popular Revolucionaria (APRA) es que la crisis económica y social se dispara a números inverosímiles. La gente no tenía empleo y con trabajo se conseguían alimentarse en los comedores sociales. La inflación era de 38.4% mensual, que se disparó hasta 400% al final de su periodo. Lo que provocó que fuera inelegible para prestamos internacionales.

A la llegada de Alberto Fujimorí, que años después sería sentenciado a 25 años de prisión por la justicia peruana por delitos lesa la humanidad, es que las cosas cambiaron. Se detuvo la caída drástica de la economía peruana, pero quizás el logró más sonado, fue la captura de el “Presidente Gonzalo”. Poniendo fin a poco más de doce años de drama y luto nacional.

Tras las rejas Abimael Gúzman y su grupo tal vez dejaron las armas y las acciones terroristas. Pero lo que no pudieron desaparecer, es aquella sensación de incertidumbre y miedo, al menos en quienes vivieron en carne propia el horror de la guerra senderista, encarnado por el gobierno y sus fuerzas armadas.

Hoy se hacen y seguirán haciendo películas, ensayos y reportajes sobre tales sucesos. Seguramente el término “la teta asustada” para mucho no signifique más que un nombre gracioso o una acepción ingeniosa. Pero para otros como Fausta y miles de peruanos más, significa toda una vida de recuerdo y miedo.#