miércoles, 5 de marzo de 2008

“La habitación secreta de F”



por: Fuguemann

 

Un olor fétido y putrefacto que lo llena todo. La sensación de vacío apoderándose de todas las sombras, de todos los libros, de todos los hombres. La presión sofocante que pernea el espíritu y envenena el alma. La misma habitación triste y cansada, habitada por un ser ausente y corroído.

 

Cuando F abré los ojos, siente que la cabeza le va a estallar, por su mente un ejercito de agujas desfila sin aflojar el paso. Lo primero que puede observar bajo la carente iluminación de su cuarto, es una botella de vino tinto, misma que ha sido consumida en su totalidad, y una cajetilla de cigarros delicados que no guarda otra cosa que la noche esfumada.

 

Con los ojos tan rojos como el fuego mismo, F intenta desesperadamente detener  el tormentoso punzar. Sacude su  cabeza, se despeja el rostro, pero nada de esto le es de gran ayuda.  Todo parece haber perdido el equilibrio, los ejemplares  que yacen regados en el suelo, las cientos de cuartillas con historias inconclusas, las colillas de cigarros y un viejo  y polvoriento tocadiscos en aquel rincón si luz.

 

Su mirada está nublada, entre tanta oscuridad se dificulta mirar a su alrededor. Entre las persianas unos cuantos destellos luminosos se asoman con disimulo. Las sábanas están removidas, de ellas un olor  que parece indescifrable se desprende y se mezcla con los hedores la habitación.

 

Aún se puede olfatear el aroma seco y penetrante de la marihuana, que se ha prendido de todo cuanto en el cuarto existe. Se respira sexo, alcohol, y una la lujuria apabullante. F estira su mano derecha, sólo para encontrar un buró cuyo contenido presenta otras historias, las que se han guardado en haluros de plata.

 

Encima del  mueble un cenicero, bajo él, un disco. En la portada del long play, una vaca inmensa  parece clavarte los ojos, como dagas, como la música que contiene, es el Atom heart mother de Pink Floyd. F a tientas descubre que no hay nada, que no encuentra lo que quiere, lo más preocupante para él, es que no sabe qué es lo que busca.

 

Su cama ocupa un buen espacio de la morada. Ese pequeño espacio del que se ha apropiado, esconde mucho más que un lugar para dormir. Sus paredes blancas,  manchadas de polvo y lágrimas encierran una vida atormentada, ensimismada por la infructuosa necesidad ser algo o alguien.

 

Cuando parece que el ejercito decide tomar descanso, F se incorpora sobre el colchón, y enciende la luz. Todo ha cambiado pero no tanto. La penumbra desaparece pero sigue sintiéndose lo mismo.  De frente F puede ver el mismo librero de siempre, ese donde los años no han pasado desapercibidos. Aún se pueden ver los libros que ha devorado, criticado y amado.

 

Borges, Cortazar, Bukowski, Bolaño, Blake, Tzara, Fante, Fuentes, Huxley, Buñuel, Ball, Oé, Nadal, Auster y cien hijos de puta más apilados y olvidados en la madera apolillada. F se ha puesto en pie, y estira su gran masa hasta donde su finitud corpórea se lo permite.

 

Da tres pasos, cuando los ejecuta, pasa sobre la ropa que está regada en el suelo, esas losetas  salpicadas por el vino y la cerveza de todos los días. F mira un pequeño reloj negro y redondo que cuelga de una de las austeras paredes. Sabe que es tarde y necesita salir de ese lugar que lo sofoca.

 

Ala derecha de todo, es decir, de la cama, de su buró y de ese asqueroso sofá, se halla un pequeño closet. Dentro de éste unos cuantos jeans sucios y desgastados, algunas playeras de hace varios años y un par de tenis que han dejado huella por los caminos de está monstruosa ciudad.

 

F no piensa en la combinación perfecta, sólo se desnuda y se monta en su pantalón, se pone su playera y el calzado. Parece urgido por escapar de su cuarto, de su casa y de su chingada vida existencial.

 

Cuando menos se esperaba, la habitación ha quedado nuevamente sola, con las historias inconclusas sobre el papel, los recuerdos impresos en los haluros de plata y los libros queriendo ser una vez más leídos…