jueves, 12 de junio de 2008

Luces de Cabaret



La ciudad ahogada en la noche, unas luces neón queriendo iluminarlo todo. Sobre la pista de baile unos tacones se deslizan al compás del Son y el Guaguancó que en lo alto del salón interpreta la Sonora.

Este Distrito Federal es la urbe que lo puede todo, pero nada lo hace. Enclavados en las calles del centro histórico y sus zonas aledañas, respiran y sudan múltiple centros nocturnos algunos de ellos conocidos como cabarets.


El escenario está bañado en rojo, por unos focos tan incandescentes como el ambiente mismo. De las paredes se descuelgan las historias que ahí se han vivido y que aún se pueden contar. Sobre las mesas las botellas de vino, y sobre el vino, sedientas gargantas.

Cabarets los hubo y los hay de muchos tipos, desde el Cabaret Voltaire, cuna de los Dadaístas, capital de vanguardia artística, hasta el Cabaret Burbuja mítico centro de baile en la colonia Doctores.

Ellas, las del escote pronunciado, las de la cadencia al bailar, las de piel firme y las que no, las de los muslos impetuosos, las que no tienen nombre. Ellas, sí, ellas son las que dan vida y alegría a este lugar.

Como todo en México el cabaret tomó un rostro propio, con características únicas, bien mexicanas. La vanguardia artística, y la sátira política ya no son más, porque cedieron su lugar a las luces de cristal y la orquesta tropical.

El calor se acrescenta a medida que ellas se desparraman por la pista. El sudor comienza a escurrirse, los cuerpos se contorsionan y me gustaría decir que el humo del cigarro igualmente danza por el aire y se puede respirar, pero una reforma a la ley de protección a la salud de los no fumadores me lo impide.

La música es por momentos ensordecedora, parece tallar con rabia los oídos. Las mujeres del lugar, a las que muchos nombran ficheras, esperan impacientes sobre una larga fila que luce como un gran escaparate. Las hay de muchos tipos, dicen por ahí que en gustos se rompen géneros.

Veinte pesos pueden no ser nada, o al contrario pueden ser mucho. Veinte pesos es la diferencia entre poder llevar comida a casa y quedarse esperando una oportunidad más. Veinte pesos bastan para poder bailar, veinte pesos cuesta soñar con ellas, veinte pesos valen unos cuantos minutos en que los que el baile se vuelve el único lenguaje.

El alcohol fluye, es sangre constante, es un río en el que navegan la lujuria y el deseo. El labial contrasta y enmarca esa piel morena. Laura mejor conocida como la flaca parece aburrida. Su mirada denota pasividad y una calma ligera que sólo regalan los años, mismos que le han enseñado a “lidiar con borrachos y calientes” como ella lo dice.

-Cuando una conoce la vida de noche es difícil sorprenderte de las cosas, acá se ve de todo, peleas, drogas, sexo, amor ,de todo lo que te imagines.

Cuando la flaca comenzó en esto, todo era diferente. Cuenta que los hombres vestían elegantes, con el calzado bien lustrado, tanto así que parecía brillar. Las camisas iban bien planchadas con largos cuellos y mancuernas. Los trajes estaban impecables y el cabello bien peinado, así hasta gusto le daba bailar.

-Hoy es diferente, viene de todo. Desde el clásico licenciado entacuchado, hasta los jóvenes más calientes (sonríe). Yo hago esto porque en verdad me gusta bailar y creo que es una buena forma de ganarse la vida honradamente. Llevo treinta años y espero cumplir otros treinta más.

Otra orquesta se monta al escenario, dos trompetas, un teclado, la guitarra, el bajo y las percusiones quieren sonar. El ritmo se acelera y la gente parece cada vez más suelta. Un tipo delgado, con el rostro plagado de una sonrisa, y bastantes canas, menea por completo su lánguida figura. Sus movimientos transmiten sabor y unas ganas de bailar enormes.


Cuando uno está ahí en el cabaret, el tiempo parece nunca transcurrir. La vida afuera se detiene y la energía que antes emanaba de las calles, avenidas, personas y maquinas se convierte en fiesta pura. La embriagues no es más que una constante, y aquellos veinte pesos ahora lo valen todo.

La flaca ha bailado muchas veces, lo hizo ayer, hoy y lo hará por treinta años más. Mientras halla música, una pista y esas luces neón queriendo iluminarlo todo, ella y ellas, seguirán deslizándose sobre sus tacones, se untaran el labial y dejaran que nosotros sigamos soñando con ellas.