miércoles, 30 de enero de 2008

Buscando trabajo

BUSCANDO TRABAJO

Son las 6:30 am y el frío cala hondo. Lo sé  no sólo porque lo siento, sino porque lo miro en las cincuenta personas que se encuentran a mi alrededor. Abrigados hasta los dientes, una vez más nos encontramos aquí, en búsqueda de trabajo, en la exhaustiva necesidad conseguir un lugar, un puesto que retribuya la desmañada y éste  endemoniado aire tan gélido.


La rutina es sencilla pero tediosa.  Parece que no soy el primero en llegar, la fila  esta plagada de rostros adormilados, con ojos a medio abrir y un tono rojizo que denota el poco entusiasmo de quienes los portan. Recorro con mirada penetrante una a una los cuerpos que anteceden mi llegada a la lista. Ésa hoja de papel que en su simpleza lleva algo más que tinta, lleva nuestros deseos, la fe invidente de nosotros, los desempleados.


Tomo mi lugar, al parecer soy el número quince, no sé que tan benéfico o perjudicial pueda ser, pero igual tengo que aguantar hasta que se decida si hoy me marcho una vez más con la manos vacías o todo cambia.
Como yo, en una especie de secuencia que parece nunca terminar, van llegando los otros. Nos observan y toman su puesto,  dieciséis, diecisiete, dieciocho y así sucesivamente.


El cielo comienza a dejar atrás la madrugada, y los primeros indicios de sol parecen asomarse en la lejanía del horizonte. Tras de mi un tipo gordo bosteza enérgicamente como queriendo empatar  la luz. En la pequeña oficina montada a las afueras de la enorme Torre de Pemex, los primeros empleados comienzan a tomar sus lugares. Su semblante es un poco más suave que el nuestro. La comodidad de estar dentro de aquel lugar les permite sentarse y preparar en una vieja cafetera aquella bebida milenaria. 


Al parecer la espera no será breve. Opto por la mejor opción, mi única y verdadera opción, leer. Afortunadamente y como casi siempre me acompaña un libro. En esta ocasión es de Roberto Bolaño, vaya tipo ¡él sí que escribía! De mi sucio y corroído bolso negro saco el ejemplar de los Detectives Salvajes,seiscientas cuatro páginas para mi sólo.


Durante poco más de quince minutos puedo perderme por completo en las páginas de tan arrebatada novela. Conforme los minutos y segundos transcurren y los primeros rayos solares dejan de lado éste chasquido incesante de mis dientes. Un olor que comienza a respirarse roba mi atención, es el frasco aroma del café que al parecer está listo.


Por fin una voz ronca que proviene de aquella caseta  que funge como oficina deja escapar las primeras instrucciones.


-Todos aquellos que desean trabajo tienen que anotarse en la lista, lamento decirles que sólo hay siete vacantes y la manera en que se repartirán será por sorteo. Muchas gracias.


De inmediato el murmullo de la gente no se hace esperar. Las noticias no son nada alentadoras tan sólo siete puestos, que se repartirían entre medio centenar de personas. Delante mío, una chica de estatura baja complexión delgada, con unos profundos ojos verdes me mira como yo a los demás, como la competencia, como el rival incómodo al que no te importaría pasar cueste lo que cueste.


La sentencia está hecha, uno a uno tendremos que ir  pasando y conforme nuestros nombre se vayan depositando en esa maldita lista, la desesperación tendrá que aumentar pues la sensación de lo que no se conoce, puede ser un mal que martille nuestros sentidos.


Guardo nuevamente a Bolaño, y con él a todos los personajes. Ya habrá tiempo de sobra para leer. Mi turno ha llegado, y en él un deseo inconmensurable de ser uno de los afortunados, pero pensando bien, más que un verdadero deseo es una pesada necesidad. Hay que pagar la escuela y las deudas que esta chingada vida de consumo nos acarrean.


Plasmo mi nombre y ficha, Israel Fuguemann f-376501 y nuevamente a la espera. Parece que todos han pasado, la ventanilla se cierra y con ella se lleva nuestros nombres y suerte. El frío no es más un problema, el sol de invierno despeja nuestros rostros y vaya que son variados. La edad no es constante, hay mujeres jóvenes y mayores, hombres altos y bajos, con pesos en demasía o con relativa normalidad.


Pocos son los que conversan, y los que lo hacen tal vez son viejos compañeros en la andanza, en la búsqueda del empleo que cada vez en éste México es más difícil encontrar.


Nuevamente esa voz de tono grave hace un llamado, las conversaciones se terminan y todos a prestar atención.


-Voy a llamar a todos los que hoy comienzan a trabajar.


Al parecer he comenzado a sudar, los nervios se apoderan de mi y de todos, lo puedo percibir, y sin temor a equivocarme puedo decir que lo respiro, es denso...


-Carlos González


Un tipo cercano a mi que lleva puesto un gorro de color azul con un escudo que no logro reconocer agita lo brazos y en una fracción de segundo la semblanza de su rostro paso de ser dura y contraída a relajada y con un alivio envidiable.


-Luis Heriberto Razo


Una vez más la misma figura de alivio, que contrasta con la de todos los demás. Y así la voz grito cinco nombres más, cinco nombres del que ninguno coincide con el mío.


Al terminar nuevamente la ventanas corredizas se cierran, y con ellas otra vez mi oportunidad de conseguir trabajo se esfuma, tal como la madrugada lo hizo una hora antes.