martes, 5 de febrero de 2008


     Cuando Israel mira su reloj, las manecillas ya han tomado el mismo lugar de ayer. Esa misma posición que cada veinticuatro horas le índica el lugar donde él tiene que estar. Ya sea por obligación o convicción la calle Basilio Vadillo número cuarenta y tres es el destino más frecuente de Israel, que corre aprisa, pues la hora ha llegado. 

Son la seis de la tarde en punto, el ritmo acelerado en su andar, deja ver la preocupación en su rostro. Su brazo derecho es fuerte, se puede notar la firmeza que su edad le regala, sostiene una libreta, un libro y dos bolígrafos. Va dando vuelta sobre el eje de guerrero, justo a una cuadra de su escuela. Su agitación comienza a ser evidente y el  jadeo se incrementa a grado tal que existe una disminución en su velocidad.

Aunque la tarde comienza desaparecer, el sol aún se siente y tras esconderse por leves momentos en los edificios de la calle de Rosales nuevamente se asoma y golpea la cansada de Israel. Al mismo tiempo unas cuantas gotas de sudor comienzan a escurrir por su frente, rostro, pecho y axilas.

Va pasando frente al restaurante de comida Italiana, sabe que ya está bastante cerca, tanto que deja pasar desapercibido el olor de la pasta que que en la mesa se está sirviendo. A Israel le gusta la comida mediterránea, y en un momento de menos prisa, hubiera sabido que lo que están a punto de gustar la pareja de la mesa número tres es una suculenta Aglio olio con hongos y camarones.

Cuando de nueva cuenta vira sobre la calle, puede apreciar la estructura de su destino, es decir un edificio de cinco pisos de altura que está pintado de color naranja y sobre el cual un letrero cuelga, uno que dice así: Escuela de periodismo Carlos Septién García.  Israel dentro de su exaltación parece un tanto más tranquilo.
Sobre la calle de la colonia Tabacalera cientos de papeles yacen sobre un suelo sucio y maloliente, un suelo que describe a la perfección la situación de la Ciudad de México. Es una calle cansada, descuidada, aletargada en muchos sentidos.  Todo lo que ante sus ojos aparece, es más que conocido. 

De lado derecho alcanza a notar casi cómo una sombra el puesto de los dulces y al joven que lo atiende.  El muchacho con piel de bronce junto con otras  de trescientos cincuenta mil personas aproximadamente, se dedican al comercio informal en el Distrito Federal.  Poco más adelante el grito más escuchado por los automovilistas.

-Viene, viene, héchele, pa`tras, héchele pa`tras.

Es Tintan, el señor que cuida los carros a los alrededores del metro Hidalgo, Israel lo sabe pues conoce esa lánguida figura y percibe el tono áspero de su voz. Aunque está a unos cuantos pasos de la puerta de su escuela, aún se da tiempo para estrechar la mano de tal personaje. La mano de Tintan, es una mano de trabajo, agrietada por el tiempo.

El saludo está dado. Israel piensa que no  hay motivo para volverse a detener. Otra vez hecha  un vistazo a su reloj, tan sólo han pasado cuatro minutos desde la última vez que midió su tiempo.   La conducta arrebatada de hace sólo dos minutos  es historia, tanto, que al entrar se detiene cobijado por los cientos de libros que anteceden las aulas de clases.

Una sonrisa que denota el gusto por ver a Saúl el portero de la Caralos Septién se dibuja en su rostro.  Lo abraza y sigue caminando, poco más de veinte escalones antes de llegar a su salón. Veinte escalones que están escoltados por varias fotografías y unos cuantos encabezados de diarios internacionales. Primeras planas que representan el horror de todo un pueblo.

Israel como ayer, como lo hace de lunes a viernes vuelve  mirar, el fuego y la sangre derramada. Sabe y cree firmemente que nuestro mundo están llenos de errores y horrores, tal vez por eso decidió estudiar periodismo, pues le gustaría contribuir a cambiarlo; aunque sabe lo difícil que esto puede resultar, lo hará desde su trinchera.

El lugar confinado para que él y otros veinte jóvenes puedan estudiar está muy cerca. De alguna forma no está de acuerdo en que se tenga que pagar para poder recibir una educación formal, pero la vida y sus vaivenes lo tienen allí.  Acomoda su abundante cabellera y reajusta sus pantalones de mezclilla.

Cuando entra sabe que todo ha valido la pena, que el apresurar sus pasos, que el pagar su educación y el haber decidido estudiar periodismo bien son el precio que se deben pagar por mirarla a ella. Puede sonar estúpido, yo diría que hasta vacío. Pero yo ni nadie tiene idea de lo que Israel siente cuando la ve.

La saluda y besa su mejilla, cuanta rabia siente por no besarla en la boca. Ella lo mira con la intensidad inigualable de sus ojos. A ella le agrada Israel y su olor, ese aroma que se mezcla entre sudor y desodorante, entre polvo y loción.  Israel quisiera desde las entrañas que ella sintiera la mitad de lo que él siente.

Pero hoy como todos los días Israel toma su asiento, se traga el orgullo, espera  tomar su clase
 y prepararse para el día siguiente. Aunque este sea igual de mediocre y triste.

1 comentario:

mOnmaTeoS dijo...

mMmMmmmM !!!! jaMáS olvIdArE eL dÍa q leísTe EsTa cRÓniCa eNfrEnTe de tOdO eL saLóN !!! jaja, fuE Un día LinDo y mÁs xq DeSdE EsE dÍa NacIo aLgO ! y cOmO todo eL mUndO dIjO "EsA crÓniCa la EscRiBiO paRa ti"... y HasTa eL dÍa De hOy nO sÉ Si SeA así, jaMÁs Lo quisIste deClaRaR. cuídaTe FuGuE, tE qUierO dE mÁs.