jueves, 21 de febrero de 2008

Vagabundo


Una mirada suspendida en el tiempo, sus ojos proyectando la serenidad de su cuerpo. Así es cómo se mira este hombre de cabellera y barba larga, carente de color. Su frente agrietada por el tiempo y remarcada por la vida, anuncia lo avanzado de su edad.

 

Bajo la intensa luz del sol, las sombras se hacen más evidentes. El ceño fruncido de su cara, demuestra el malestar que le provoca la basta luminosidad del día. Sentado sobre una cobija que yace en una banca de cantera,  descansa su humanidad. Verlo te invita a detenerte unos segundos, pensar en la tranquilidad que necesitamos todos los hombres.

 

Sus pantalones de pana parecen cómodos, a sus píes un pequeño cachorro lo acompaña. Este animal de ojos brillosos y tan negro como las sombras mismas, se muestra en la misma pose de impavidez. Parecen pertenecerse, el viejo al perro y viceversa.

 

Sus tenis resplandecen y contrastan con la negrura de su mascota. Los pies parecen haber recorridos mil caminos,  librado cien  batallas. El fondo perfecto para este hombre es el muro de rocas volcánicas, que como su frente, erosionadas por los años están detrás de él.

 

Su pronunciada y delgada nariz está dañada, una costra sinuosa y rugosa habita sobre la superficie de ésta. La chamarra que lleva puesta desentona con la rigidez del sol. Sus manos están sucias y cansadas, se ve a leguas.  Entrelazadas como el vagabundo a la libertad, se  recargan en sus piernas.

 

Al verlo piensas en todas las formas y circunstancias posibles, en  las causas y efectos de una vida. ¿Qué lo tienen ahí, a esa hora, en ese lugar, con esa ropa, con el perro sentado a sus píes? Yo, todavía, no tengo la respuesta…

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