domingo, 31 de agosto de 2008

Blues de cañerías
















La noche está lluviosa, melancólica, llena de embriagues. Es una noche perfecta para acompañarse con blues, whisky y una mujer desnuda, ardiente y totalmente entregada. Pero en cambio ¿qué tienen ellos?, nada, absolutamente nada. Excepto ese olor putrefacto, y la "música de cañerías", esa que tocan las ratas y armonizan las cucarachas hundidas bajo la mierda de esta enorme ciudad.

Es la ciudad de México, esta inmensa urbe donde todo se puede, menos dormir. Allí están ellos, con su andrajosa imagen y sus calavéricos cuerpos, sedientos, drogados y sintiendo como los jugos gástricos carcomen lo poco que llevaban dentro.

Su hogar, si es que se puede llamar de esa forma, es una alcantarilla, justo debajo del puente que cruzan la av. Insurgentes y Montevideo. Un lugar insípido y sombrío, falto de toda luz, cualquier bocanada de aire mínimamente sano, es impensable.

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El Richard es el mayor de los chicos que comparten está inmunda morada. Su mirada extraviada refleja con esos enorme ojos, el desprecio que tiene con justicia por la vida, esa misma que le ha negado todo. Le negó una familia, una casa y una educación formal. Es un chico de 19 años que aparenta por lo menos 30. De cuerpo escuálido, ceja tupida y enorme sonrisa El Richard advierte

- Tengo que velar por mis chavos, la tira es gandalla y no falta el puerco que nos quiera chamaquear.

Y es que vivir en las calles es difícil, no sólo por que hay que lidiar con la policía, el hambre y la intemperie del clima, a eso debemos sumarle la indiferencia de la gente, que tal vez sea la peor de las bofetadas para ellos.

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La lluvia sigue cayendo con total frenesí y en la obscuridad del cielo se dibujan furiosos rayos que estremecen los pequeños cuerpos de estos niños, que parecen más valientes que los mismos hombres que circulan cobijados por sus autos en esta larga avenida.

A lo lejos van quedando aquellas luces rojas que se llevan los sueños de un lugar caliente y seco donde dormir. Allí en las coladeras, el agua comienza a estancarse, lo mismo la esperanza de estos chicos por tener una situación de vida mucho mejor.

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El rata es un niño, desgraciadamente el chemo no permite que se pueda comunicar con total entendimiento. Nadie sabe su edad y es que El Rata llegó como muchos, sin una historia, al menos no una que quiera recordar. Y como muchos se irá, por la nada, escribiendo una historia a diario, a cada paso.

Lo único que emula el penetrante olor de estas cañerías, es la estopa que cada uno trae consigo. La sujetan con fuerza, como si ésta fuera el único objeto que realmente tuviera valor en su vida. Y como negarlo si a ella es la única cosa que le tienen afecto.

-Ésta madre me hace olvidarme de las cosas, ¡ni hambre me da! - con dificultades dice El Rata.

Ahora después de un largo día aquellos ojos perdidos, de pupilas dilatadas comienzan a cerrarse y con ellos la noche también.

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El concierto de gotas y de la "música de cañerías" comienza a disminuir, las calles son como ríos que se llevan todo lo que ha queda sobre el pavimento, menos a ellos, los chicos que la viven y la sufren como nadie más.

La ciudad sigue despierta, aunque ahora parece hipnotizada por ese blues que nunca pudieron escuchar...

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