lunes, 4 de mayo de 2009

El Cuento de la Influenza



por: Fuguemann

Hoy es lunes y a diferencia de lo que pensaba hace cuatro días, la cosa sigue peor. Lo primero que lo afirma es el aparato mediático que se ha volcado con toda su fuerza y ha generado más confusión y pánico en lugar de verdadera conciencia social. A la mayoría de personas que conozco la incertidumbre los ha capturado. Afortunadamente y a diferencia de lo que se dice en los medios de comunicación, no conozco a nadie que se haya contagiado de tan perversa enfermedad (influenza porcina), tampoco sé de alguien que conozca a otro alguien que se haya muerto o enfermado. ¿Qué curioso? Pero aún así el miedo persiste.

El temor se genera desde que salgo de casa. Yo, como la gran mayoría, uso diario el sistema de transporte público en todas sus modalidades (combi, metro, metrobús, trolebús, taxi, bicitaxi etc.) por esta razón sé lo que se siente viajar con tantas personas que al igual que yo seguramente irán prensando, ¿y si me infecto? ¿Y si este puto viejo panzón, pelón y barbudo que tiene los ojos rojos y llorosos que viaja a mi lado no está adormilado y sí enfermo? ¿O la güera nalgona que esta frente a mi tiene el virus? Por muy pinche buena que este, se la pela si ya la infectaron; dicen que esta chingada enfermedad porcina es parecida al comunismo, no distingue de clases sociales ni de ninguna otra división. ¡Ya me chingué!

Lo más gacho es la discriminación visual, los pocos que aún nos aferramos a no creer todo lo que se nos dice en la tele y en los medios, ya sea por falta de cultura o valemadrismo, pecamos de maléficos, o al menos así nos lo hacen saber las miradas. Al chile si no fuera tan condescendiente hasta los acusaba, o qué ya no se acuerdan que las miradas lascivas están prohibidas, ja, si para eso existen las leyes, si ya decía yo que nuestros senadores y diputados no ganan y trabajan tanto a lo pendejo. Y ahí vamos todos apretujados, dizque cuidándonos del contacto, ¡no mamen!, en lunes, a las ocho de la mañana y en el metro que es el mayor caldo de cultivo, eso es imposible, pero en fin que se le va ha hacer, el miedo es el miedo.

“Esta madre de la influenza, es como el pinche chupacabras o los lancheros náufragos, puras mamadas” decía un tipo bajito y bigotón que a mi costado viajaba. No cabe duda que la ironía y picardía mexicana son signos de la más alta lucidez. “A huevo, seguro nos la quieren volver a dejar Cayetano, pinche gobierno, ya ni la chinga, ¿y ahora que se van a tranzar?” le contestaba su acompañante. Pues será el sereno, pero de que algo extraño pasa, pasa.

Al llegar al trabajo después de una hora de arduo camino, bajo la reflexión de qué tan grave podría ser este extraño virus y sus consecuencias económicas y sociales, una extraña sensación invade el espacio. Tranquilidad inusual se respira en la oficina. Parece que la parcimonia de las calles se traslado a los centros de trabajo. El ausentismo es enorme, pero para los jefes nada tiene que ver la influenza: “son unos pinches huevones que agarran de pretexto esto para no venir” decía el licenciado Zamora. Las mujeres no trabajaron hoy por órdenes del sindicato, se enoje quien se enoje, la fuerza sindical pesa más que cualquier jefe encabronado.

Entre muchos, los saludos de contacto ya sea de beso o apretón de manos se evitan, por si las dudas, no vaya a ser la de malas y nos cargue la chingada. Muchos hacen caso omiso de todos los comunicados y recomendaciones que la Secretaria de Salud emite a todo momento. ¡Pinche Secretaria de Salud, pinche gobierno! Ahora si están espantados, primero porque en el país no se cuenta con la tecnología necesaria para detectar quien verdaderamente está enfermo del virus A H1N1 y no de otra cosa. Después, porque en ningún lugar del país hay laboratorios capaces de crear una cura efectiva. Pero hijos de la chingada, ya no se acuerdan que durante más de treinta años han dejado olvidado y pudriéndose el sector científico y tecnológico del país, basta con mencionar el raquítico 0.5 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) que le destinan a este rubro. Ni pedo, los que se van a hacer su agosto serán los laboratorios farmacéuticos, que para variar ninguno es mexicano. ¡México, que buenos somos! Hasta en la desgracia les damos a ganar a las transnacionales.

Pero ni modo, mientras sean peras o manzanas, la chamba es la chamba y alguien la tiene que hacer. Prendo la computadora e intento checar las noticias, influenza, influenza, influenza y más influenza ¡ah chingá! más influenza, no se habla de otra cosa, comprendo la importancia pero, ¿qué no pasa nada más? Y todos los temas pendientes, ¿ya se nos olvidaron? ¿o también están en cuarentena? Después de la extraña jornada laboral que para ser sincero hubiera transcurrido en calma de no haber sido por uno que otro pinche sicótico que me venía ha hablar de la influenza, como si no fuera suficiente tanto puto Terrorismo de Estado. Ya ni la chingan.

De regreso a casa puedo disfrutar de una ciudad tranquila donde la histeria parece haberse ocultado tras cada cubre bocas que veo a mi alrededor. Los restaurantes están vacíos, ellos sí que deben estar preocupados, el madrazo económico repercutirá en sus bolsillos más fuerte que un estornudo. Al llegar a casa noto a mi pobre madre que está preocupada, todo el día ha estado escuchando la radio, trata de ponerme al tanto de todo lo que ha dicho. Le digo que pare. Ni en mi pinche casa la influenza me deja en paz. Tanto desmadre me hace recordar a Orson Wells y su adaptación radiofónica de “La Guerra de los mundos”, este cabrón demostró hace 71 años la capacidad que tienen los medios de comunicación para generar una ola de pánico entre la población más domesticada. O bien la película Operación Ébola, el clásico filme gabacho, donde después de tanto pedo, aislamiento de la población y miedo, los científicos estadounidenses descubren la cura “salvan al mundo” y, como siempre, santo remedio.

Después solo queda ánimo para dormir, antes de hacerlo pienso y trato de reflexionar sobre todo el show que se aventaron este fin de semana, esperando que mañana todo este mejor…

Abro los ojos y sintonizo la radio, el pedo está más fuerte, hay más casos y más muertos. Curiosamente nadie da nombres ni plática con los familiares, parecen ser los fantasmas más reales de este mundo. Poco más de veinte muertos aterran más que los 18 asesinatos que se cometen diario en México a manos del crimen organizado. Que ironía.

Espero que esto de las epidemias no se nos haga costumbre, pues de por sí tenemos una memoria que suele olvidar demasiado pronto.
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